Publicado en Linkedin la semana del 18/7/23.
Hoy intentaré llevar respuestas a incógnitas de posts anteriores…
René Girard descubrió que nuestros deseos son el deseo de otro, lo que denominó deseo mimético. El deseo no nos empuja, como tampoco lo hace el viento -que como antes comentamos, nos atrae-.
El deseo no sería una línea recta entre un objeto y el sujeto, ni habría objetos deseables sino sujetos deseantes.
Girard sostiene que el deseo se esquematiza como un triángulo entre el mediador que indica el objeto y el sujeto.
El mediador a su vez puede ser interno o externo.
El mediador interno es aquél que está fuera de nuestro alcance competitivo actual, porque no pertenece a este mundo (religión, ídolos, imaginación), porque no es un igual (padres, hermanos mayores en la infancia, jefes, autoridades, entrenadores, capitanes) o porque ya forma parte de nuestra psiquis (superyo o ello) pero no deja de ser «otro».
El deseo por el objeto compartido con el mediador externo genera competencia. La competencia acelera la imitación.
En una regata todos buscan asemejarse a todos para luego intentar diferenciarse para ganar (paradójico… ¿no?).
Esto necesariamente tienta a la rivalidad.
Si no fuera por la cantidad de ritos (reglamentos) y prohibiciones existentes en los deportes y en la vida (derecho), la agresión y la violencia estarían a la orden del día.
La religión y el derecho no dejan de ser manuales con ritos y prohibiciones para evitar la violencia… como los reglamentos del deporte…
Girard descubrió que al enfrentarse dos individuos por un mismo objeto su deseo por lograr el objeto se alimenta del deseo del otro y esta retroalimentación vuelve sobre el deseo del primero, elevándose el nivel de deseo y excitación de ambos hasta llegar a un estado de paroxismo o locura. Todo deportista serio, que se precie de serlo, debe lograr dominar este mimetismo, en particular en las situaciones más críticas o de mayor desorden (que en el fondo son situaciones de indiferenciación).
En las antiguas civilizaciones estas rivalidades se contagiaban rápidamente como la peste -y así se las conocía sin diferenciarse de las bacteriológicas- y los combates de dobles se multiplicaba hasta desembocar en un todos contra todos. Si no fuera porque todo este equilibrio de contrarios iba conduciendo lentamente a la violencia contra uno solo (por el mismo efecto de contagio) las culturas antiguas hubieran desaparecido.
Gracias a este desequilibrio toda la violencia terminaba con la muerte o expulsión de uno o varios considerados los chivos expiatorios y la sociedad volvía a la paz temporal en lo que Girard llama «ciclo mimético». En la vela diríamos que todas las fuerzas sobre las velas y casco terminan finalmente en una fuerza que hace mover el barco en una sola dirección.
En la cultura, en la sociedad y en la vela el rumbo final depende de cuánto dominamos el arte. Cuando nos domina vemos incrédulos cómo somos arrastrados…